Si algo hemos aprendido durante el último quinquenio mediático es que las hemerotecas ya lo soportan todo y no importan nada. Da igual lo que se dijera e hiciera en el pasado –incluso si fue antes de ayer– porque no tiene ninguna carga sobre los protagonistas de la conversación pública. Por eso conviene hacer un ejercicio de memoria histórica. Hay que recordar que Jorge Javier Vázquez fue premiado con un Ondas en 2009. Las dos voces principales de la Cadena SER por aquel entonces se negaron a entregarle el galardón. El desplante era consecuencia de sus distintas formas de entender la profesión y la labor del periodista. Lo que hacía Jorge Javier Vázquez en aquel Sálvame y los subproductos que llegaron después era una chabacanería que debía ser denunciada y combatida.
El presentador de Sálvame se defendió con uñas y dientes. Señaló en varias entrevistas que él solamente quería hacer una versión patria de «neorrealismo televisivo». El programa no dejaba de ser un reflejo de lo que muchos españoles habían vivido en sus barrios y vecindarios. El cotilleo y la vulgaridad se transformabanen una de las bellas artes televisivas. En el fondo, había algo de verdad en sus palabras: el éxito se debía a los potenciales consumidores que, además, pedían subir la apuesta. Tanto es así que, por momentos, Jorge Javier Vázquez y sus colaboradores coparon la programación de su canal. Sálvame fue el epítome de la deriva de la teleporquería en España. El experimento se había iniciado a finales de los ochenta del siglo pasado con el impacto del imperio mediático que comandaba Silvio Berlusconi.
La telebasura entraba en el Diccionario de la Real Academia Española en 2001. La telebasura se convirtió entonces en una cuestión de estado: estaba perjudicando la salud de nuestra sociedad. Los especialistas exigían responsabilidad, una perspectiva ética y una autorregulación de las cadenas. Nada de eso sucedió. Y hubo bastantes iniciativas contra esta programación. Por ejemplo, la Asociación de Usuarios de la Comunicación publicó un Manifiesto contra la telebasura (1997) y, en 2003, el Consell Audiovisual de Cataluña se preocupó de analizar y vigilar a la telebasura. Los denunciantes sintetizaban las bases que fundamentaban estos programas: alimentar el mal gusto, lo escandaloso, el enfrentamiento personal, el lenguaje violento, la denigración, el morbo y el sensacionalismo. Eran los rasgos propios de estos contenidos basura.
El debate llegó entonces a las Cortes con varias iniciativas parlamentarias. Incluso la izquierda y la derecha se llegaron a poner de acuerdo sobre los peligros de semejante estilo de entretenimiento. Hasta los más liberales querían poner límites al campo. Fue una constante el control parlamentario de RTVE sobre estos contenidos, y se remarcaba que la televisión pública no podía caer en la tentación por el mero hecho de aumentar la cuota de pantalla. En este ambiente se agigantaba la figura de Belén Esteban como el alfa y omega de esta nueva forma de entender la televisión. Creo que los escasos defensores y los muchos críticos exageraban en sus posiciones. Pero había un acuerdo de que no todo valía y que esa suciedad estaba impregnando otros ámbitos, como la publicidad o la información. Todos acabaríamos perdiendo.
Pero hoy todo ha cambiado. La fórmula, convertida ya en regla de oro, vuelve a primera plana: no importa el qué, sino el quién. Àngels Barceló, una de las personas de aquel desplante de los Ondas, ha celebrado la llegada a Televisión Española de La familia de la tele, un programa que es la marca blanca y pública de Sálvame. Ambos programas comparten hasta colaboradores. Una vuelta de tuerca insuperable, mientras los habituales abajofirmantes apocalípticos miran hacia otro lado. Por otro lado, la figura de Jorge Javier Vázquez ha sido rehabilitada por el presidente Sánchez, que ha permitido que le presentase uno de sus libros. El contexto ha cambiado y la telebasura no es un problema. Eso sí, sigue siendo una cuestión de Estado. Porque, aunque se nos escapen las razones de semejante requiebro, el interés gubernamental es evidente. Quizá creen que, como en el caso de Berlusconi, eso le hará ganar votos.