En los últimos meses, desfilan (nunca mejor dicho) vídeos de sujetos encapuchados, fornidos, con estética neonazi, y que se reivindican a sí mismos como «racistas», «fascistas» y «nacionalsocialistas». Se aglutinan en una asociación con fines «cívico-políticos» llamada Núcleo Nacional, inscrita por el Ministerio del Interior que dirige Fernando Grande-Marlaska el pasado mes de agosto. El propio encargado de su inscripción lleva desde entonces advirtiéndonos con cierta frecuencia de su peligrosidad, llegando a decir -agárrenselos- que su existencia es «innecesaria» y de una «gravedad manifiesta».
Si por algún casual no han oído hablar todavía de ellos es porque no hay visos de adentrarnos próximamente en una campaña electoral. Cuando esta llegue, en 2027 y no antes, el PSOE ya tiene un juguetito, el Gobierno ya tiene su asustaviejas. Con el miedo a la «ultraderecha» cada vez más amortizado, no es descartable verlos en un futuro entrevistados por Évole y presentados por Intxaurrondo como posibles socios de Gobierno de Feijóo en un Consejo de Ministros con Abascal, Alvise y Belcebú.
Esta semana me he topado con un vídeo en el que el simpático Cake Minuesa entrevista a uno de sus líderes, un tal Iván, del cual se protege en todo momento su identidad. Vaya por delante que defiendo la pertinencia de la entrevista: frente a quienes consideran que entrevistar a alguien equivale a dar pábulo a sus ideas (una visión estúpida y paternalista que deriva en censores determinando qué se puede leer, ver y escuchar), la tradición liberal considera al individuo lo suficientemente capaz como para decidir por sí mismo qué bueno y deseable.
El caso es que viendo la entrevista, la primera red flag es salta al instante. No conocemos la identidad del entrevistado: su apellido, su trabajo, su formación, ni siquiera vemos su rostro. Quien está orgulloso de sus ideas está dispuesto a dar la cara por ellas, y más si su discurso versa sobre la valentía. En su diatriba, el tal Iván hace una apología de la «raza caucásica», despotrica contra la inmigración latinoamericana (que encarnaría un tal Darwin, de Perú), niega sin ambages el Holocausto, llama «trastorno» a la homosexualidad, y preconiza un sistema político basado en un «líder». Un führer. De raza blanca, claro.
«El antifascismo woke ha sido la alfombra roja del fascismo, resurgido como reacción furibunda, pasada de rosca, al disparate actual»
Hay un punto especialmente doloroso para un servidor, como cristiano, que es cuando el susodicho reivindica tal condición para su grupo. Pero mi buen amigo Jasiel Paris ya escribió aquí sobre la incompatibilidad del nazismo con la civilización cristiana, y en especial con la doctrina católica, y no tengo nada más que añadir a su preciso texto.
Recomiendo ver la entrevista, especialmente a los progres que llevan años llamando gratuitamente nazis a miembros de Vox y hasta del Frente Obrero, de raigambre marxista, porque les ayudará a entender qué es el nazismo y el ultraderechismo en puridad. De hecho, paradójicamente, el antifascismo woke ha sido la alfombra roja del fascismo, resurgido como reacción furibunda, pasada de rosca, al disparate actual. Quienes han levantado tronos a las causas, que no lamenten las consecuencias.
Los del brazo en alto siempre han existido, y han sido, gracias a Dios, residuales en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Si comienzan a ganar adeptos y finalmente se constituyen como partido político, será por obra y gracia, y para beneficio, del PSOE.
«Estamos ante una operación política del Régimen consistente en la introducción de un elemento teóricamente subversivo pero controlado para despistar a la población sobre los verdaderos problemas de la nación y movilizar a los adeptos más descontentos»
Marlaska, sin necesidad de mediar palabra, tendría fundamentos más que suficientes para promover su ilegalización por organización criminal. Pero con Alvise muerto políticamente y con un Vox cada día más normalizado por la población española, el Gobierno necesita reescribir el cuento del lobo (o el rottweiler). Así es el interés y la irresponsabilidad de quienes buscan la polarización hasta el extremo de resucitar al nazismo si es necesario para perpetuarse en el poder.
Estamos ante una operación política del Régimen de manual, consistente en la introducción de un elemento teóricamente subversivo pero controlado para despistar a la población sobre los verdaderos problemas de la nación y movilizar a los adeptos más descontentos. Un que viene el lobo para olvidarnos, en definitiva, de que los del pasamontañas (Bildu), la xenofobia (Junts) y el antisemitismo (Unidas Podemos) hace tiempo, ya que se colaron en nuestra casa. Y mucho me temo que les funcionará.
