Ignacio de la Torre (Madrid, 1974) es economista jefe de Arcano Research, la unidad de análisis macroeconómico del banco de inversión Arcano Partners, y no exagero en absoluto cuando digo que sus informes son de obligada lectura para cualquiera que siga la coyuntura nacional e internacional.
A lo mejor a algún lector se le ha hecho un poco bola con todo lo que acabo de decir: research, macroeconomía, banco de inversión… Reconozco que suena un poco árido, pero no se confundan. Ignacio no es un financiero al uso.
Además de licenciado en economía y derecho y MBA por Insead, Ignacio es doctor en Historia Medieval. Hace unos meses nos vimos con motivo de la presentación de su último libro, que poco tiene que ver con la coyuntura nacional e internacional. Se titula Athos. La montaña santa, y consiste en un amplio reportaje sobre la península griega del mismo nombre que es uno de los lugares sagrados del cristianismo ortodoxo, en cuyos 20 monasterios viven más de 2.000 monjes y que mantiene desde hace 1.000 años la poco correcta política de prohibir el acceso a las mujeres.
Tampoco hablamos principalmente de economía la primera vez que lo entrevisté para la revista Actualidad Económica, hace ya unos años. El objeto de aquella conversación fue la felicidad y, contra la opinión generalizada de que «en España se vive mejor que en ningún otro país», Ignacio opuso la realidad de los hechos.
Y la realidad de los hechos dice que mejor que en España se vive en muchos países, concretamente en 35, según el último Atlas mundial de la felicidad que elabora Gallup. Los españoles sacamos una discretísima puntuación de 6,4 sobre 10.
¿En qué fallamos?
Pues aquí tenemos que volver a la economía, porque una de nuestras grandes asignaturas pendientes es la productividad. Recuerdo que Ignacio me explicó entonces que un alemán produce mucho más por hora trabajada que un español [68 euros frente a 45, respectivamente]. En esas condiciones, para captar capital, no tenemos más remedio que costar menos [26 euros por hora, frente a los 41 de un alemán].
O sea, que mantenemos un nivel de vida decoroso a fuerza de más horas de oficina y menos tiempo de ocio, y justamente ahí arranca esta conversación, que puede consultarse íntegra en la web de THE OBJECTIVE y de la que sigue una versión extractada y editada.
Pregunta. ¿Por qué somos tan poco productivos los españoles?
Respuesta. Cuando miras el tamaño de las empresas de cualquier economía, ves que una parte muy relevante son pymes, en torno a dos tercios. Ahora bien, el análisis relevante no es el estático, sino el dinámico, es decir, cómo evoluciona. ¿Tiendes a tener cada vez más compañías medianas? Alemania ha sido capaz de moverse de la P [pequeña] a la M [mediana], construyendo un mittelstand [de mittel, medio, y stand, rango] que le ha permitido ganar productividad. En España, por el contrario, hay un exceso de micropymes que son, por definición, menos eficientes [porque encuentran más dificultades para financiarse, innovar o retener el talento]. La explicación hay que buscarla en el marco institucional: el pequeño empresario español carece de incentivos para crecer.
P. ¿A qué te refieres exactamente?
R. En teoría, crecer es bueno tanto para la compañía, que obtiene una mayor rentabilidad, como para los empleados, que son más productivos y cobran más. Pero la burocracia se multiplica a medida que ganas tamaño y, al final, muchos empresarios se asustan y dicen: «Mira, prefiero seguir siendo pequeño y no tener que cumplir con tanta obligación fiscal y laboral». Y cuando el Gobierno anuncia, por ejemplo: «Voy a reducir la jornada laboral, pero a las firmas más pequeñas las voy a mantener aparte», pues está brindando otro argumento para no crecer. Tenemos que rediseñar los incentivos.
«Reducir la semana laboral en una economía como la española, tan dependiente de los servicios, busca más el rendimiento electoral que el bienestar general»
P. Pepe Álvarez, el secretario general de UGT, dice que pasar de 40 a 37,5 horas semanales va a mejorar la productividad.
R. La reducción de jornada es la consecuencia, no la causa de una mejora de la productividad.
P. O sea, todo lo contrario.
R. En Alemania trabajan 1.300 horas al año porque son muy productivos y en España trabajamos 1.650 porque somos menos productivos. Las reducciones de jornada te las puedes permitir cuando mejoras tu eficiencia, no al revés. Y si la impones desde el Gobierno, como hizo Francia, las compañías reaccionan aplicando incrementos salariales inferiores a la inflación hasta que el coste laboral por hora se sitúa de nuevo en el punto de partida. Reducir la semana laboral, especialmente en una economía como la española, tan dependiente de negocios como hoteles y restaurantes [cuyos dueños deben contratar o pagar más horas extras para mantener la misma oferta], me da la impresión de que busca el rendimiento electoral más que el bienestar general.
«La idea de que yo reduzco la jornada y el único que paga es el empresario no tiene sentido. Los trabajadores acabarán cobrando menos en términos reales»
P. ¿Y qué consecuencias puede tener?
R. La idea de que yo reduzco la semana laboral y nadie paga nada, salvo el empresario, no tiene sentido, porque este ajustará lo que tenga que ajustar para que le salgan las cuentas. Es lo que pasó en Francia: si la inflación subía el 3%, los sueldos lo hacían el 1%. El resultado previsible para los trabajadores será que cobrarán menos en términos reales, y muchos se verán forzados a complementar sus ingresos pluriempleándose.
P. ¿Qué opinas de las subidas del salario mínimo interprofesional (SMI)? Unai Sordo, el secretario general de Comisiones Obreras, dice que la alarma sobre la pérdida de empleo estaba injustificada y que se han seguido creando puestos de trabajo.
R. Lo que la investigación académica dice es que no es excesivamente dañino elevar el SMI hasta el 60% de la renta mediana, que es adonde hemos llegado. A partir de aquí, los incrementos pueden resultar bastante perjudiciales. En cuanto a Unai Sordo, la pregunta relevante no es cuántos puestos se han creado, sino cuántos se hubieran creado de haber crecido menos el SMI.
Por otra parte, lo que a mí me preocupa es lo que pueda pasar en adelante en un país con tan enormes disparidades como el nuestro. Porque subir el salario mínimo a lo mejor en Madrid ni se nota, pero en Badajoz puede llevar a muchas personas a la economía sumergida, y lo que necesitamos es reducir la economía sumergida, no incrementarla. Aplicar la misma remuneración en un país con realidades tan diversas puede resultar perverso.
«Subir el salario mínimo hasta el 60% de la renta mediana, como hemos hecho, no es muy dañino, pero a partir de aquí los incrementos pueden resultar bastante perjudiciales»
P. Aquí nos ponemos muy contentos cuando el paro baja al 8%, pero es una tasa anormalmente elevada en Europa.
R. Volvemos al punto anterior. En España el paro oficial es tan alto porque tenemos una proporción de economía informal cercana al 24%, muy superior al 14% del resto del continente. Además de contar como desocupados a ciudadanos que en realidad no lo están, España tiene un problema grave de falta de movilidad. Ahora mismo, hay exceso de vacantes en ciertas zonas y de parados en otras, y lo razonable sería que se diera un trasvase de mano de obra de las segundas a las primeras, pero no se da, en parte por los incentivos. Por ejemplo, existen ayudas que se pierden al mudarse.
Una dificultad añadida es que somos un país de propietarios [el 76% de los españoles son dueños de la casa en que viven, frente al 42% de los suizos] y eso tiene la ventaja de que genera comunidades políticamente más moderadas, pero dificulta los desplazamientos. Si me ofrecen un puesto en Pamplona y me he comprado en un pueblo de Córdoba una casa, ¿qué hago con ella?
La falta de adecuación entre la oferta de mano de obra y la demanda de las empresas explica por qué el 88% del casi medio millón de empleos creados el año pasado en España los ocuparon inmigrantes, con o sin doble nacionalidad.
«La reforma laboral no fue ideológica, sino técnica. Se pactó con la CEOE y los sindicatos, viene respaldada por grupos de estudio previos y mi balance es positivo»
P. ¿Qué te parece la reforma laboral de Yolanda Díaz? Ha acabado con la temporalidad, pero no con la precariedad. El otro día oí en la radio que hay contratos indefinidos que duran 15 días.
R. A fecha de hoy, la temporalidad ronda el 14% y está sobre todo concentrada en el sector público. Es curioso que desde determinadas instancias se critique a las empresas por la contratación temporal cuando es la Administración quien más recurre a ella…
Dicho esto, es interesante observar cómo la sensación de estabilidad que experimenta el fijo discontinuo provoca dos efectos importantes. El primero es que la proporción de renta que consume aumenta. Un estudio del Banco de España calcula que si te consideras temporal, gastas el 72% de tus ingresos, mientras que si te percibes como fijo, aunque sea discontinuo, gastas un 81%, nueve puntos más. El segundo efecto es que el empresario invierte más en la formación de un trabajador fijo discontinuo que en la de uno meramente temporal.
En resumidas cuentas y en contra de lo que se ha asegurado desde ciertos ámbitos, la reforma no fue ideológica, sino técnica. Se pactó con la CEOE y los sindicatos, viene respaldada por grupos de estudio previos y mi balance es positivo.
«La vivienda es como el café, se rige por la oferta y la demanda. Y en Occidente hemos pasado de construir cada año cinco casas por 1.000 habitantes a construir tres»
P. Por agotar el capítulo laboral, ¿qué consecuencias va a tener el desarrollo de la inteligencia artificial (IA)? Hay gente que ve un escenario apocalíptico, tipo Terminator, pero otros, por el contrario, dicen que las máquinas trabajarán para nosotros.
R. Para entender lo que ocurrirá, la mejor analogía es el tractor. Cuando se introdujo a mediados del siglo XIX, la mitad de los europeos vivían del campo y muchos temieron por sus empleos. Pero lo que sucede con cualquier gran innovación, sea la electricidad, el motor de explosión o la informática, es que se da un fuerte incremento de la productividad. Eso permitió, en el caso del tractor, que los agricultores ya no exigieran a sus hijos de 14 años que les ayudaran en las tareas del campo y les dejaran estudiar el bachillerato. Esa revolución educativa hizo posible que surgieran empleos nuevos y, a fecha de hoy, el paro es del 6% en Europa y del 4% en Estados Unidos.
Las mejoras de productividad generan nuevas oportunidades que no solo impiden que el desempleo aumente, sino que liberan tiempo, porque en 1913 trabajábamos en Occidente unas 2.600 horas al año y hoy estamos por debajo de las 1.800.
«España es el segundo país más grande de Europa occidental y el que menor densidad de población tiene. ¿Por qué falta suelo para construir? Es una aberración»
P. Esa tendencia hacia una vida de ocio creciente fue la que [John Maynard] Keynes anticipó en su famosa conferencia de 1930 [«Las posibilidades económicas de nuestros nietos»].
R. Sí, lo hizo precisamente en Madrid, en la Residencia de Estudiantes. Dijo que podríamos llegar a trabajar un día a la semana. Quizás exageró… Sea como fuere y volviendo a tu pregunta de la IA, las consecuencias serán varias.
Primero, los profesionales que se van a ver afectados en esta ocasión son sobre todo los universitarios; podrían ver desaparecer hasta un tercio de los empleos.
Segundo, y esta es una mala noticia, el impacto principal lo sufrirán a los jóvenes, que ya se encuentran en una situación vulnerable. La buena noticia es que son más fáciles de readiestrar mediante reformas educativas y de formación continua.
Tercero, como hemos visto con el tractor, impulsará la productividad. Ahora, incluso si te dedicas a una actividad creativa, debes ocupar parte de tu jornada en tareas rutinarias [documentación, edición] que puede realizar la IA. Al liberarte de ellas, serás más eficiente, podrás cobrar más y, consecuentemente, aumentarás tu consumo. Podrás viajar a Ávila y en Ávila tendrán que contratar a más camareros, más guías, más recepcionistas… El último estudio del Foro Económico Mundial [«The Future of Jobs Report 2025»] estima que el impacto neto en el nivel de empleo será positivo. Entre medias, eso sí, viviremos un periodo de ajuste que provocará mucha desazón, como ocurre con todas las revoluciones. Pero la historia enseña que estos cambios son siempre para mejor.
«La limitación de alquileres está diseñada para captar votos en el corto plazo y causa un daño terrible a los más humildes»
P. La vivienda está en el centro del debate político, y no solo en España. ¿Qué habría que hacer para mejorar el acceso?
R. Es muy sencillo.
P. ¿Muy sencillo?
R. La vivienda es como el café, se rige por la oferta y la demanda. Mucha gente no entiende que se trata de un bien más. El problema es que en Occidente construíamos cada año entre cuatro y cinco casas por 1.000 habitantes y, desde la crisis de 2008, nos hemos quedado en dos o tres. Si a esa caída de la oferta le sumas un aumento de la inmigración, el resultado es la escalada de los precios. Así de sencillo.
Por si esto no bastara, se da el agravante de la metropolización. Solo las grandes ciudades crecen, el resto del país se queda atrás. Los flujos poblacionales son totalmente asimétricos. La gente no va a Pamplona ni a León, sino a Madrid, a Barcelona, a Valencia, a Málaga. Eso acentúa la carestía, porque no solo no hacemos suficientes viviendas, sino que las disponibles se encuentran en zonas donde no hay demanda, y no en las capitales donde más apremiante es la necesidad.
Y tienes razón cuando dices que el problema no se da solo en España, pero aquí se ve agravado porque también es mayor la inmigración. Mientras en Estados Unidos supone un incremento de la población de en torno al 0,4% anual a largo plazo (aunque más recientemente haya aumentado al 0,7%), en España supera el 1%. Es decir, en términos relativos, España está aceptando muchos más extranjeros. Y si la población crece y no llevas a cabo ninguna reforma para mejorar la oferta de pisos, los pocos que quedan se disparan.
«La esencia de la democracia es defender al más débil, y en España no estamos haciendo honor a ese precepto, porque los jóvenes son los más débiles e ignoramos sus prioridades»
P. Hablas de la metropolización. Ese es un tema llamativo, porque cuando llegó internet, la gente pensó: «Ahora puedo trabajar desde Pamplona o desde donde sea, no hace falta que esté en Madrid». Sin embargo, a lo que hemos asistido es al fenómeno contrario. Cada día es mayor la aglomeración en torno a grandes focos, como Silicon Valley.
R. La gente pensó mal. Creyó que podría trabajar desde Fuerteventura y mantener el sueldo de Londres, y lo que la investigación académica nos ha enseñado es que la productividad cae cuando teletrabajas, de media el 16%. ¿Por qué? Porque generas menos interacciones y de menor calidad y eres, por tanto, menos creativo, lo que afecta a la innovación y a la productividad. Por eso las empresas están llamando a sus plantillas de vuelta a la oficina.
Los últimos estudios realizados con ingenieros demuestran que incluso la modalidad híbrida, en la que parte de la semana estás en casa y parte en el despacho, reduce la producción de ideas de calidad. Es decir, cuando tienes a tres ingenieros en una sala y a un cuarto conectado por Teams, hay menos innovación que cuando están los cuatro físicamente reunidos. Quizás acabemos en un esquema «cuatro más uno» (cuatro días en la oficina y uno fuera) y ello permita a alguna gente vivir a 30 o 40 minutos de Madrid, pero no en Fuerteventura.
«Lo razonable es pensar que Trump experimente fuertes presiones y acabe reculando, aunque sea parcialmente»
P. La aglomeración tenía sentido en un mundo analógico. Las fábricas de muebles se agrupan porque a los empresarios les resulta más fácil encontrar obreros cualificados y a los obreros cualificados, empleo. Pero en la economía del conocimiento se funciona con ideas y portátiles. Los productos consisten en análisis, aplicaciones o series de televisión que viajan por el ciberespacio, no por tren o carretera. ¿Qué más da donde estemos?
R. Imagina a un licenciado en economía de Burgos que encuentra su primer trabajo en Burgos y luego se va a Madrid. Ese mero traslado multiplica su sueldo, porque en Madrid está rodeado de gente con mayor productividad, lo que a su vez impulsa la suya. Ese llamado «efecto de red», documentado en varias investigaciones, es el que ha tenido lugar en Londres, San Francisco y Fráncfort. Ha expulsado a la población no universitaria y está provocando una grave falta de cohesión, porque tienes una serie de islas de profesionales altamente remunerados rodeadas por un océano de gente peor pagada y que se siente abandonada. En mi opinión, el Brexit fue una revuelta del resto del Reino Unido contra Londres, y los chalecos amarillos, del resto de Francia contra París. Es un fenómeno asociado a la cuarta revolución industrial.
«España tiene un déficit comercial muy pequeño con Estados Unidos y, en el plano macro, el impacto será igualmente pequeño. A nivel micro, obviamente, hay matices»
P. ¿Qué te parecen las medidas que ha adoptado el Gobierno en materia de vivienda?
R. Si partimos de la diagnosis de que lo fundamental es aumentar la oferta, la actuación no está bien encaminada. Para resolver el problema, es importante entender cómo se descompone el precio de una vivienda, un tercio del cual corresponde aproximadamente al suelo. España es el segundo país más grande de Europa occidental y el que menor densidad de población tiene, excluyendo a los nórdicos. ¿Por qué falta suelo para construir? Es una aberración.
P. ¿Y de quién es la culpa?
R. No solo del Ejecutivo nacional, sino de todas las autoridades responsables, incluidos ayuntamientos y gobiernos regionales. No generan suelo suficiente para construir y luego culpan a los fondos buitre y a los especuladores de los precios elevados… Es inaceptable que se tarde 15 años en transformar suelo para edificar, una situación derivada de procesos regulatorios decimonónicos, cuando por temor a las hambrunas se decidió que el uso del suelo iba a ser por defecto el agrícola.
«Los profesionales que más se van a ver afectados por la inteligencia artificial son los universitarios; podrían ver desaparecer hasta un tercio de sus empleos…»
P. ¿Y eso no es así fuera de España?
R. En otros países, los procesos son más ágiles. Aquí tardamos tres años desde que se recalifica el suelo hasta que la vivienda se entrega y, en los países de nuestro entorno, dos. Ese periodo adicional de trámites, con un coste de capital cercano al 15%, significa que un piso de 200.000 euros se encarece en otros 30.000.
Otro elemento que abarataría la construcción sería su industrialización, un terreno en el que ha habido una falta total de colaboración por parte de la Administración.
En este contexto, medidas como el control de precios son contraproducentes. Como decía el economista sueco Assar Lindbeck: «La limitación de los alquileres es la segunda técnica más eficaz que existe para destruir una ciudad, después de los bombardeos». Insisto, la vivienda es como el café: oferta y demanda.
«…pero tras el ajuste, el impacto neto en el nivel de empleo será positivo, como ocurre con todas las revoluciones tecnológicas»
P. La gente considera, por el contrario, que es un derecho y que por eso hay que intervenir el mercado.
R. Ese es un asunto muy investigado. Cuando topas los alquileres, las consecuencias inmediatas son dos: te aumenta la economía sumergida (pagos en negro, sobrecostes) y expulsas del mercado a los más vulnerables. Si tú eres dueño de un apartamento y se te presentan dos potenciales inquilinos, uno de clase media-baja, que necesita un 45% de su sueldo para pagarte, y otro de clase media-alta, que cubre la mensualidad con el 25% de sus ingresos, ¿a quién elegirás? A la persona que menos probabilidades tenga de incurrir en impago.
La limitación de alquileres está diseñada para captar votos en el corto plazo y causa un daño terrible a los más humildes. La solución pasa por aumentar la oferta. Necesitamos medidas urgentes que agilicen la planificación del suelo y que exploren iniciativas como las de Austin o Tel Aviv, donde han aumentado la densidad vertical. En la capital de Texas, la construcción de torres de apartamentos ha reducido los alquileres.
«La productividad cae cuando teletrabajas, porque generas menos interacciones y de menor calidad y eres, por tanto, menos creativo»
P. Tú nunca te has distinguido por ese catastrofismo tan celtibérico. De hecho, en 2012, cuando pasábamos por los momentos más negros de las últimas décadas, publicaste «The Case for Spain», un informe que traducido libremente vendría a significar «Por qué hay que apostar por España», y en el que anunciabas una recuperación inminente. Y no te equivocaste.
R. Es sorprendente el contraste entre la percepción que hay de España en el extranjero y la que tenemos de nosotros mismos, y no solo en economía. El Barómetro de la Imagen que publica el Instituto Elcano desde 2012 revela la enorme brecha que hay entre cómo nos vemos a nosotros y cómo nos ven los extranjeros. Curiosamente, en Rusia sucede lo contrario: sus ciudadanos están encantados con su país y su imagen externa es mala.
P. ¿Y en qué momento económico estamos objetivamente?
R. Crecemos, pero lo hacemos en cantidad, no en calidad. Cada año aceptamos 500.000 inmigrantes en edad de trabajar que consiguen 470.000 empleos y gastan el 90% de su sueldo, lo que por fuerza incrementa el producto interior bruto (PIB). Sin embargo, las familias españolas no perciben ninguna mejora en su situación, porque ello requeriría un aumento de la productividad.
«El llamado “efecto de red” hace que la gente de Londres, San Francisco o Fráncfort sea mucho más productiva y gane más»
P. España está de moda en el extranjero…
R. Entiendo que para un inversor interesado en expandir su negocio, como Burger King, el crecimiento cuantitativo de España resulta atractivo y hable maravillas de nosotros y de nuestro potencial. Pero la responsabilidad del Gobierno debería ser el bienestar de sus ciudadanos, lo que implica reformas a medio plazo que impulsen la productividad y permitan que ganemos más y podamos trabajar menos.
Por otra parte, el que estemos de moda fuera no se debe solo al crecimiento. Evaluar un país únicamente en función del incremento de su PIB es un error. En 2006 aumentaba el 4% y, como se vio poco después, no resultaba aconsejable invertir en España. Es fundamental considerar, además, los riesgos, y es verdad que actualmente están muy acotados. El principal es la deuda privada (familias y empresas), que suele ser la responsable de las crisis bancarias que terminan afectando a todo el estado. Hoy tenemos una de las deudas privadas más bajas de Occidente (1,2 veces el PIB, frente al 2,2 que llegamos a tener tras la Gran Recesión) y presentamos un superávit en la balanza por cuenta corriente, es decir, que exportamos capital al resto del mundo. Por todo ello es natural que los extranjeros apuesten por España.
«Hemos acabado con islas de profesionales altamente remunerados rodeadas por un océano de gente peor pagada y que se siente abandonada»
P. Se da la paradoja de que el PIB se incrementa a tasas del 3% y, al mismo tiempo, se intensifican las colas en los comedores sociales y empeora la pobreza infantil. ¿Cómo cuadra eso?
R. Volvemos al asunto de la productividad. Hemos crecido en población o en horas trabajadas, pero no hemos sido capaces de mejorar los salarios reales [una vez descontadas las subidas de impuestos y la inflación]. El dinero que se lleva a casa un español es muy limitado y, por cierto, no deja de ser llamativo que en un país con un desempleo del 11% subamos la carga fiscal al trabajo. Lo que habría que hacer es todo lo contrario, para que aumentara la renta disponible. El caso de los jóvenes es especialmente dramático. Pagan unos seis euros por hora a la Seguridad Social, una fracción considerable de su sueldo. Además, se incorporan al mercado con niveles de formación que no siempre satisfacen la demanda de las empresas. Habría que atacar ambos problemas.
«El Brexit fue una revuelta del resto del Reino Unido contra Londres, y los chalecos amarillos, del resto de Francia contra París»
P. ¿Qué medidas concretas podrían adoptarse?
R. Sus sueldos crecen, pero a un ritmo muy modesto y, cuando los comparas con el precio de activos como la vivienda, no es que crezcan poco, es que menguan. Su desazón es perfectamente comprensible. La esencia de la democracia es defender al más débil, y en España no estamos haciendo honor a ese precepto, porque los jóvenes son los más débiles y, si continuamos ignorando sus prioridades, acabaremos como en Alemania, en donde el 60% vota a extremistas de derechas o de izquierdas porque siente que los partidos tradicionales les han fallado.
Una propuesta que podría ayudar es un rediseño de la jubilación. ¿Por qué no arbitrar minijobs que permitan a los mayores de 64 años seguir ejerciendo, pero no ocho horas diarias de lunes a viernes, sino seis horas de martes a jueves, por ejemplo? Durante ese tiempo contribuirían a la Seguridad Social, lo cual es beneficioso para las pensiones, pero además podrían formar a los jóvenes, rellenando la brecha de productividad con que ahora se incorporan al mundo del trabajo.
Luego está el I+D+i. Hay que gastar más y mejor. Los últimos datos muestran que la aportación privada ha caído en porcentaje del PIB por culpa de la volatilidad regulatoria, lo que no es una buena señal. Y cuando medimos las patentes generadas por cada euro invertido, se ve que España lo hace peor que otros países. ¿Cómo podemos arreglarlo? Poniendo a trabajar conjuntamente a investigadores del sector privado, universitarios y militares, lo que se conoce como «la triple hélice».
Finalmente, tendríamos que captar más venture capital [capital riesgo], fundamental para apoyar las ideas innovadoras que un banco nunca va a financiar. El volumen que estos fondos mueven en España es la mitad que el europeo, una cuarta parte que el estadounidense y una octava que el israelí.
P. Vamos a asomarnos al exterior. ¿Qué te parece lo que está haciendo Trump? Cuando salió elegido, a la gente que se rasgaba las vestiduras yo les decía: «Bueno, el presidente es un primus inter pares, su capacidad de maniobra es limitada y no puede hacer grandes barbaridades». Pero las está haciendo.
R. La incertidumbre generada por sus decisiones está poniendo en una situación difícil a la economía americana, el primer trimestre el PIB podría incluso entrar en negativo. Lo que no sabemos es si esas «barbaridades» que tú dices forman parte de una estrategia negociadora. Trump siempre ha defendido que hay que golpear primero y, cuando tu interlocutor está sangrando en el suelo, decirle: «Y ahora dame tu propuesta». Mi impresión es que si los inversores pensaran que los aranceles han venido para quedarse, el dólar habría subido. Al estar cayendo, entiendo que el mercado apuesta por que estamos en los prolegómenos de una negociación, aunque por el camino quedarán algunos cadáveres.
P. Los últimos datos de Estados Unidos no son halagüeños. Las ventas minoristas y la confianza de los consumidores han caído y las peticiones de subsidios de paro, aumentado.
R. Ningún análisis serio debe perder de vista las elecciones legislativas previstas para noviembre del año que viene. Las mayorías que tienen los republicanos en el Senado y la Cámara de Representantes son muy exiguas y, si Trump quiere conservarlas y mantener viva su presidencia, necesita ganar.
Sabemos, por otra parte, cómo reacciona el americano a los vaivenes de la economía. Si la inflación es alta, castiga al partido incumbente, y si el crecimiento se frena, lo castiga también. Los estadounidenses tienen, además, 100 billones de dólares de ahorro, un 60% metido en las bolsas y el resto, en casas y fondos y, como vean que la inflación y las hipotecas suben, y las bolsas y el PIB bajan, difícilmente apoyarán a los candidatos republicanos.
Por todo ello, lo razonable es pensar que Trump experimentará fuertes presiones para recular, aunque sea parcialmente [como se ha visto con su anuncio de aplazar 90 días la entrada en vigor de parte de sus medidas].
P. ¿Cómo nos pueden afectar a España los aranceles?
R. Tenemos un déficit comercial muy pequeño con Estados Unidos y, en el plano macro, el impacto será igualmente pequeño. A nivel micro, obviamente, hay matices. Quienes exporten vino, aceite o productos cerámicos lo pasarán mal [aunque el Gobierno ha aprobado un programa que incluye líneas de avales, créditos a la industria, fondos para reorientar capacidades productivas y apoyos a la internacionalización, cuya eficacia dependerá como siempre del grado de implementación].
P. ¿Y cómo ves a la UE en esta tesitura.
R. Como dijo [el primer presidente de la CECA] Jean Monnet, «Europa se hará en las crisis [y será la suma de las soluciones que a esas crisis dé]», y la actual puede ser un catalizador. Nos obliga a avanzar en la unión bancaria y en la de los mercado de capitales, ejes fundamentales de los informes de Enrico Letta y Mario Draghi. El péndulo regulatorio, que ahogaba con sus excesos a tantas empresas, también se ha dado la vuelta. La inversión de 300.000 millones de euros anuales en defensa ayudará a recomponer parte del tejido industrial y añadirá PIB marginal. Finalmente, si se materializa la tregua en Ucrania, el precio del gas y, consecuentemente, de la electricidad caerán, lo que mejorará la confianza del consumidor. Considerando todos estos factores, creo que Europa presenta incluso un pequeño potencial alcista, quizás no este ejercicio, pero sí los siguientes.