No sé ustedes, pero yo estoy vacunado de tanta manifestación «exigiendo» la dimisión de Sánchez. El tipo no se va a ir por mucha gente que salga a la calle y grite. Y si se fuera, ¿qué haría la oposición? No tenemos ni idea. La sensación es que a un lado tenemos el desastre sanchista, y al otro la nada derechista, el vacío más desesperanzador. Y no me refiero solo al PP, sino a la ineludible alianza de este partido con Vox. Mientras estos dos están discutiendo cuántos menas se pueden acoger o si hay un cartel LGTBI en un colegio, el país que conocíamos, con su democracia, se va por el sumidero.
Más claro: estoy hasta el gorro del antisanchismo acomodaticio. Me hastían los zascas de diputados, los artículos de denuncia y los que cogen el megáfono para decir obviedades. A estas alturas ya sabemos quién es Sánchez y tenemos identificada la política autoritaria que nos lleva a la democracia iliberal. Conocemos de sobra el chantaje de sus vampiros parlamentarios. Y sufrimos su nefasta gestión de lo público, tanto como la arrogancia de su persona y siervos.
Por favor, basta ya de antisanchismo de salón, de asociaciones enanas al servicio de personajes que no sacarían ni un escaño en su pueblo, de canutazos para dar un corte a Sánchez, y de páginas y páginas diciendo lo terrible que es el presidente del Gobierno. Sé que es inevitable, y está bien, pero hace falta algo más.
En el mejor de los casos, este antisanchismo blando solo puede proporcionar que por cansancio o carambola al PP le salgan las cuentas en las próximas generales y tengamos nuevo inquilino en la Moncloa. Ya. ¿Y luego qué? Hemos llegado a un punto de no retorno si no se presenta una alternativa de verdad. ¿No me creen? ¿Ustedes piensan que los que nazcan este año van a llegar a la adultez con el mismo sistema político y la integridad territorial que tenemos hoy? Yo no. De seguir así en una generación esto se acabó.
Hay quien me dice que lo que hace falta es que PP y Vox se sienten a hablar. Claro, y que pongan una granja de unicornios. Esos dos partidos no son capaces de ir más allá de acuerdos en política menor, como la «gratuidad» o no del transporte público, la vivienda social, conceder más o menos ayudas a los agricultores, y otras cosas clásicas para un programa en tiempo normal de democracia. Discrepan en otras cosas, como el peso de la Unión Europea, la Agenda 2030 o la inmigración, pero esto no es lo urgente. Sería conveniente que pensaran cómo revertir la deriva autoritaria del sanchismo y construir pilares fuertes que garanticen la democracia.
«El Estado ha demostrado una vulnerabilidad extrema a la hora de frenar a un ambicioso narcisista»
Ya no es cuestión de que esté Sánchez o no, es que el Estado ha demostrado una vulnerabilidad extrema a la hora de frenar a un ambicioso narcisista, y los rupturistas están más fuertes que nunca. Son dos problemas que no se resuelven denunciando la corrupción de Sánchez y esperando la chiripa electoral. Lo patriótico y coherente es presentar un proyecto político que contenga leyes que reviertan la situación. Ir de la ley a la ley.
Necesitamos normas para impedir que un Gobierno asalte las instituciones judiciales y el Tribunal Constitucional. Y la solución no es repartir los cargos entre los partidos. Eso no funciona. Estos organismos deben ser absoluta y radicalmente independientes de quien legisla y gobierna.
Es preciso, además, que haya leyes que separen el Estado del Gobierno por dos motivos. El primero es evitar la colonización de la administración y de las empresas públicas por gente del partido gobernante y que no tiene ni puñetera idea. Con la legislación existente, un presidente sin escrúpulos puede llenar lo público con sus acólitos para poner esos organismos a su servicio. Véanse los casos de Red Eléctrica, RTVE, Correos, el CIS, Renfe y tantos otros. Los entes estatales están actualmente dirigidos por personas que quieren agradar a Sánchez, no servir a los españoles, por lo que el servicio se degrada.
El segundo motivo es impedir que un gobernante ponga al Estado a trabajar para respaldar sus maniobras autoritarias o que oculten información o la tergiversen. Me remito a la pandemia de Covid, a la dana de Valencia o al apagón del 28 de abril, pero también al borrado de los ERE y a la amnistía a los golpistas.
«Los nacionalistas alimentan a un gobernante autoritario para conseguir la ruptura»
A estos proyectos habría que añadir la resolución del gran error de la Constitución de 1978: el Estado de las Autonomías sin punto final. Es verdad que dicho sistema funciona si sus gobernantes no pierden la perspectiva nacional, pero se ha basado en conceder desigual y paulatinamente más poderes a las oligarquías locales que odian el orden constitucional.
No hablo de que España se rompe, sino de que los nacionalistas alimentan a un gobernante autoritario para conseguir la ruptura, y de que Sánchez nutre a esos rupturistas con tal de seguir en el cargo. Así, el sistema autonómico pierde su sentido porque fortalece a unos independentistas a los que no les importa que España caiga en una tiranía si con ello consiguen la separación. Más sintético: hoy, autoritarismo e independencia van unidos.
Esta división territorial no funciona. Algo habrá que hacer más que esperar el fin. No se puede discutir que hoy Cataluña y País Vasco están más separadas del resto de España que nunca, y que esa distancia es gracias a Sánchez. Como tampoco es discutible que jamás desde 1977 hemos tenido un gobierno más autoritario que el actual. Si esto ha sido posible es por la vulnerabilidad de nuestra democracia. Toca, por tanto, presentar una alternativa de verdad para arreglar esto, o pasamos de todo y nos echamos la siesta.