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La historia desconocida de las dos hermanas que vieron por última vez con vida a Anna Frank

by Marko Florentino
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Una fotografía es el refugio donde la nostalgia encuentra cobijo, un santuario de la memoria. Las imágenes esquivan el olvido y condenan a la eternidad incluso a las realidades más demoledoras. Son pocas las fotos tomadas durante la Segunda Guerra Mundial en las que no se pueda percibir algún distintivo o cicatriz de aquellos años. Sin embargo, Lien y Janny Brilleslijper, dos hermanas holandesas, salvaguardaron en mitad del bosque, entre los pueblos de Huizen y Naarden, una pizca del mundo anterior a la guerra. El Nido Alto es el escenario de las fotografías de la familia durante los años de la guerra: una casa que acabaría convirtiéndose en el corazón de la resistencia contra el nazismo en la provincia de Holanda septentrional.

«De todas las fotos que la familia me prestó para investigar su historia, mi favorita es una en la que, en plena guerra, aquellos niños judíos aparecen jugando por el patio trasero en una bañera de hojalata. Esto era maravilloso porque, por entonces, los niños judíos no jugaban en la calle; todos estaban escondidos o en campos de concentración», explica Roxane Van Iperen, la periodista y novelista que recoge en Las Hermanas de Auschwitz (Planeta, 2024) la resistencia de la familia Brilleslijper en el corazón del territorio nazi.

Lien y Janny nacieron en los vísperas de la Segunda Guerra Mundial, en la parte más pobre del barrio judío de Ámsterdam. Ello no fue impedimento para que las dos hermanas desarrollaran inquietudes intelectuales por su cuenta. «Era una familia de músicos, todos eran artistas», cuenta Van Iperen. La pareja era radicalmente diferente entre sí: «Lien era optimista, soñadora. Siempre pensaba que todo iría bien. Janny, en cambio, era una mujer aguerrida, realista y muy determinada. Formaban una buena combinación», explica la autora.

Movidas por su exuberante curiosidad, Lien comenzó a labrarse un camino profesional como bailarina mientras que Janny se sumergió en el comunismo y prestó apoyo al Comité de Ayuda para España, que por aquel entonces se enfrentaba a la Guerra Civil. Ambas hermanas formaron sus propias familias: Lien se casó con Ebberhard, «un hombre extraordinario, también músico, que huyó de la Alemania nazi»; Janny se emparejó con Bob, un economista de izquierdas que «también desempeñó un papel muy importante en su historia», adelanta la escritora.

La ocupación de Países Bajos no tardó en acontecer y las hermanas Brilleslijper fueron testigos de la resistencia a la invasión nazi. Con el tiempo, la vida en Ámsterdam se volvió asfixiante, sobre todo cuando los colaboracionistas nativos empezaron a delatar a sus vecinos judíos: «Mi país no fue tan valiente como nos enseñaron en el colegio. Y resulta que los judíos no solo estaban callados, escondidos o deportados. Había más historias».

Lien  Brilleslijper y su hermana Jalda en Berlín alrededor de 1970.

Lien Brilleslijper y su hermana Jalda en Berlín alrededor de 1970.EL MUNDO

Janny asumió un rol importante dentro de la resistencia, a pesar de que su identidad judía, su ideología comunista y sus lazos con los brigadistas internacionales que participaron en la Guerra Civil española le suponía un peligro mucho mayor. «Janny protagoniza una especie de subtrama al estilo James Bond, y me pareció increíble que esto pudiera suceder entonces», precisa Van Iperen sobre la imprenta ilegal en la que trabajaba la menor de las Brilleslijper. Su montaje fue uno de los muchos riesgos que asumió durante la persecución de los judíos en Países Bajos.

Lien, que era menos radical, mantuvo un perfil más bajo al principio, pero también terminó uniéndose a su hermana para robar carnets de identidad, traficar con cartillas de alimentación o echar una mano a aquellos que necesitaban ayuda en momentos de vulnerabilidad. «Estaba en su ADN. Para ellas, las cosas eran blanco y negro. Sabían qué era lo correcto y sabían que lo tenían que hacer».

Lien y Janny entrelazaron sus vidas con las de tantos otros ciudadanos holandeses y judíos que abogaban por la libertad. «Tenían que fiarse de los demás porque no había otra salida», indica la autora. Desde familias separadas, hasta jóvenes estudiantes que mataron a nazis para proteger a huérfanos, pasando por familias que escondían a judíos conociendo el riesgo que ello implicaba.

Ámsterdam y La Haya se volvieron ciudades inseguras para los judíos en la que, para ellos, sólo había dos rutas: esconderse o enfrentar su deportación en los trenes que empezaron a llevárselos en 1942. A medida que escalaba la tensión entre la ciudadanía, a medida que los trenes se llevaban a los judíos a campos de concentración y exterminio, las hermanas Brillesjiper sopesaron la opción de escapar. Finalmente dieron con una mansión en medio del bosque llamada Nido Alto, donde se refugiaron sus dos familias con sus padres.

«La noticia de esa casa se expandió en la resistencia y Janny estuvo empeñada en seguir acogiendo a gente, aunque el miedo de ser descubierta fuese grande», dice la autora. «Lien creía que, si eran prudentes y discretos, todo iría bien, que llegarían las tropas aliadas y los salvarían. Janny, en cambio, era más temeraria. Le avisaron en numerosas ocasiones de que el número de gente que había en casa era demasiado grande. Aquello se volvió peligroso».

Abrieron escondrijos por toda el Nido Alto y crearon refugios detrás de los tabiques y encima de los armarios, el peligro todavía acechaba, aunque sus habitantes trataran de ignorarlo. «En el Nido Alto se creó una comunidad de personas que, aunque escondidas, podían jugar al aire libre, tocar y componer música, estudiar, organizar noches de ópera…Y aquello nunca se había contado». Desgraciadamente, su suerte se acabó y parte de la familia fue trasladada a Bergen-Belsen, donde Janny y Lien cuidaron de las hermanas Frank.

«Anna Frank es la historia más conocida de mi país, pero es sólo una parte de la historia. Siempre se habla de la población holandesa y su resistencia, pero nunca se habla de todo lo que hicieron los judíos al margen de encontrar cobijo, huir o, incluso, perecer en campos de concentración», expresa Van Iperen.

Janny testificó la muerte de la menor de las Frank, cuya historia trascendió y dejó atrás las heroicidades de las Brilleslijper antes de que las deportasen al campo de trabajo. «A veces se nos olvida la verdadera realidad de los campos de concentración», dice la autora. «Aunque es cierto que la muerte era el objetivo último, en realidad eran campos de deshumanización: un experimento para ver cuánto se podía degradar la humanidad de una persona sin dejarles marchar».

Janny y Lien pudieron atisbar hasta el último destello de humanidad la una en la otra, incluso en los momentos más difíciles. «El hecho de que se tuvieran significaba mucho: podían mirarse a los ojos y, en lugar de ver a una persona demacrada, eran capaces de reconocer a su hermana de Ámsterdam. Eso fue crucial para que reconociesen, en cada momento de su historia, un sentido de la humanidad en sus entrañas» que les permitió sobrevivir. En su libro, Van Iperen repara la dignidad de las hermanas Brilleslijper, más allá de la narrativa habitual en su país, «que sólo recuerda que el pueblo judío fue ocultado durante la guerra». Las imágenes, ya se sabe, hay que mirarlas en su conjunto.





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