Fue Harry Frankfurt, el filósofo estadounidense, quien subrayó que la mentira sólo es posible si se conoce la verdad. Nadie mejor que un mentiroso sabe al valor de la verdad. Por eso, la distorsiona y la oculta. La mentira rinde tributo a la verdad.
En un libro titulado ‘On Bullshit’, publicado en 1986, Frankfurt señaló que el charlatán no se preocupa de si lo que dice es verdadero o falso sino del efecto que causan sus palabras sobre el oyente. La charlatanería domina hoy el lenguaje de la política. Los líderes intentan manipular las emociones para generar adhesión. Quieren llegar al corazón, no a la razón.
Sabemos que, desde hace muchos años, la política ha dejado de ser una confrontación ideológica para convertirse en una guerra de relatos. La demonización del adversario, el maniqueísmo, el sectarismo y la falta de autocrítica caracterizan el discurso de los dirigentes. El infierno siempre es el otro.
La charlatanería, tal y como la entiende Frankfurt, es transversal a todos los partidos. Su objetivo es crear un mundo imaginario y distorsionado, una realidad paralela en la que la capacidad de análisis de los ciudadanos queda mermada por sus sesgos cognitivos.
Donald Trump es el ejemplo más palmario de un charlatán reñido con la verdad. La duda es si miente deliberadamente o es un parlanchín que se deja llevar por su incontinencia verbal. Es el prototipo del político que construye un relato que sirve a sus fines sin el menor interés por discernir lo verdadero de lo falso. La adhesión de sus seguidores es su única fuente de legitimación.
Pedro Sánchez presenta algunas similitudes con Trump. La más acusada es su permanente intento de polarizar a los ciudadanos mediante la demonización del adversario. También es aficionado a lanzar acusaciones que nunca se toma la molestia de probar, como la corrupción de los periodistas y los medios que le critican, que siempre es unidireccional.
La maestría para fabricar eslóganes y estereotipos de Sánchez no encuentra replica en un PP errático, acomplejado por la superioridad moral de la izquierda y sin la capacidad de formular un proyecto que ilusione a sus votantes. Si crece en las encuestas es más por los excesos del contrincante que por aciertos propios.
Donde más claramente se muestra el deterioro de la política es en el terreno del lenguaje, en el que las palabras pierden su significado. No es posible distinguir entre lo verdadero y lo falso porque el debate ha derivado en charlatanería, puro ‘bullshit’, como diría Frankfurt.
El lenguaje ya no sirve para denominar la realidad, sino para desfigurarla y hacerla ininteligible. Las palabras se utilizan para marcar una distancia y una segregación. Como decía Humpty Dumpty, sólo significan lo que yo quiero que signifiquen. Hemos alcanzado el grado cero de la política.