Llevamos unos días leyendo artículos sobre el plan del Gobierno (vamos, de Sánchez, porque aquí el único que hace planes es él) de celebrar el año que viene un centenar de actos, por lo menos, conmemorando los 50 años de la muerte de Franco como fecha de la recuperación de la libertad en España. Nunca la poco glamurosa tromboflebitis había sido tan homenajeada… La mayoría de los columnistas de los pseudomedios, es decir los que no tenemos Prisa por ganarnos el rentable agradecimiento oficial, señalamos que la elección de la efeméride respondía al empeño de leer la polarización política actual como una especie de guerra civil 2.0, pero que esta vez sería ganada por los buenos como siempre debió ser.
Para ello es prioritario salvar al soldado Sánchez, hoy rodeado por un cerco de corrupción que llega hasta lo más íntimo y cada vez se va cerrando más. El señor presidente parece un escorpión acorralado por el fuego y que va a terminar dándose muerte con su propio veneno para acabar de una vez con su angustiosa situación. Hay que rescatarle de esa agonía, aunque haya que arrollar en el trance a los jueces independientes, a los periodistas menos sumisos y en general a todo el que lleve la contraria o comprometa al puto Amo. ¿Qué mejor artimaña para lograrlo que convertir en neofranquista a todo el que no se declare camisa vieja del sanchismo?
Sin duda estas sinrazones han sido determinantes en el programa de festejos retrofranquistas que nos preparan para el año que viene. Pero también hay otra más sutil que sólo he visto señalada por David Mejía, uno de los mejores analistas políticos de nuestro patio de Monipodio. En su columna de El Mundo, La muerte de Franco como efeméride inclusiva, Mejía señala que la muerte de Franco, disfrazada de triunfo democrático (en realidad fue lo contrario, la prueba de que nadie pudo con el dictador, sólo los años y la enfermedad), es el único punto de consenso celebratorio que puede unir a la fementida «mayoría de progreso» amancebada en torno a Sánchez. «Podríamos repetir la cronología de la consolidación democrática hasta la desesperación y la afonía, y daría igual: ninguno de los socios del Gobierno está dispuesto a rendir homenaje a la Ley para la Reforma Política, ni a las primeras elecciones políticas, ni a la aprobación de una Constitución que siguen despreciando», señala el analista con razón.
Y este es precisamente el gran problema de España, lo que nos bloquea el camino hacia una democracia de pleno rendimiento como las vigentes en nuestros vecinos europeos: no padecemos involución por culpa de cuatro nostálgicos del franquismo como aseguran los fariseos prisaicos, sino por una izquierda casi en su totalidad comunistizada y por un separatismo con más ultras en sus filas que cualquier otro extremismo.
«La reputada ‘mayoría de progreso’ ni es mayoría entre los ciudadanos de nuestro país ni supone ningún progreso»
La reputada «mayoría de progreso» ni es mayoría entre los ciudadanos de nuestro país ni supone ningún progreso en el sentido limpio de la palabra. Y, por tanto, es una rémora que desacredita precisamente toda la institucionalización democrática conseguida por el acuerdo de quienes en la bendita Transición renunciaron a su intransigencia pero no a su inteligencia, esfuerzo opuesto a lo que caracteriza a los autoproclamados progresistas. Para que se pongan el traje de fiesta esta recua de orcos variopintos no se les puede ofrecer la conmemoración de ningún logro de la libertad política, que consideran un engaño burgués y españolista: es preciso festejar un hecho biológico, un suceso quirúrgico solo apto para necrófilos resentidos pero que abre la puerta de todas sus peores apetencias disgregadoras.
Para quien tenga curiosidad sociológica por el reparto de tendencias políticas en nuestro país, el año que viene puede brindar un campo de pruebas interesante. Me temo que haya muchos, ojalá me equivoque, que den por buena la identificación del fallecimiento de Franco con el encendido automático de las libertades en España, como las luces de un municipio en Navidad. Y hasta creerán que los que pongan objeciones a semejante fraude histórico tienen en realidad simpatía por la dictadura, como tratan de vendernos los sicarios mediáticos del Gobierno.
Pero otros, que por edad o desinterés no saben nada del régimen franquista, pueden sentir curiosidad por conocerlo mejor, lo que encierra bastante peligro para los misioneros del progresismo, por ejemplo si a los neófitos les da por comparar los currículos de la mayoría de los ministros de la dictadura con los de los surgidos de nuestra «mayoría de progreso» y cosas parecidas. Tengo la esperanza de que la gente sensata y honrada, entre la que cometo la osadía de incluirme, nos opongamos con todas nuestras fuerzas sociales y culturales a esos cien tiovivos fúnebres que va a prepararnos el comité de expertos ad hoc. Por cierto, ¿se acuerdan de los del covid?