Antes de cumplir veinte años me gustaba todo Borges. Me gustaban sus relatos, sus poemas, sus ensayos breves –o sea, prólogos y conferencias–, y me gustaban sus entrevistas, salpicadas de chispazos luminosos, ironía sorda y boutades. Por no hablar de su papel de brújula y guía literarias para muchos lectores de mi generación. Tampoco olvido sus traducciones, pero aquí ya entro en otro campo, cultivado por los regalos de amigos escritores cuando aún no lo eran –escritores, digo– o el mundo no los conocía como tales.
Antes de cumplir los veinte años, repito, me gustaba todo Borges y Enrique Vila-Matas –algo mayor que yo y entonces con su primer libro recién publicado– me regaló dos novelas, ambas traducidas por Borges, que no he dejado de tener en cuenta a lo largo de medio siglo. Una es la fascinante Orlando, de Virginia Woolf –ahora bandera de reivindicaciones y batallas culturales, sin que nadie diga que la tradujo al castellano el reaccionario Borges–. La otra, más breve, es Bartleby, el escribiente, de Melville, donde la tozudez de su protagonista en su oficina –«preferiría no hacerlo»– es la misma que la del capitán Achab con la ballena blanca en el mar. Jano bifronte: a un lado Bartleby desde la serenidad y la voluntad de no añadir ni un ápice innecesario a la marcha del mundo; al otro lado Achab desde la locura y la iluminación oscura, persiguiendo obsesivamente una representación del mal, cuando lo lleva dentro y así acaban una y otro.
Vila-Matas, multipremiado internacionalmente, acaba de publicar ahora su Canon de cámara oscura, que aproximadamente, debe de ser el que cumple la cincuentena de sus libros y lo digo por el tiempo transcurrido –la literatura es tiempo– entre aquel primero, cuando éramos tan jóvenes, y ahora, que somos mayores y sólo nos regalamos nuestros propios libros. (Algún día, deberíamos reconstruir un mapa con las lecturas que nos regalaron nuestros amigos y la importancia que tuvieron en nuestras vidas). Pero sigo con la frase de Bartleby: «Preferiría no hacerlo» que implica un «prefiero no hacerlo».
He achacado la frase a la tozudez, aunque en ella está haber tomado la decisión de no hacer aquello que le dicen que ha de hacer y en ese no hacer se encierra el don de la libertad. Uno se pregunta si habríamos tenido apagón general, o caos ferroviario, o la tragedia de Valencia, si alguien, o algunos, hubieran «preferido no hacerlo», sin necesidad de llegar al motín del Caine. O qué pasaría si el sentido de la responsabilidad estuviera en alza y no viéramos tantas veces descargar sobre los técnicos a los que antes no se ha hecho ni caso… O si la fiebre de mirar hacia otro lado y silbar –vulgo: conspiraciones varias– no se hubiera extendido en nuestra sociedad de tal manera, que quizá llegue el día en que seamos todos ciegos y no podamos mirar a ninguna parte y las bocas estén tan secas que nadie pueda silbar. Canon de cámara oscura.
«El poder funcionarial fue sustituido por el poder político y este trajo un sinnúmero de cargos antes inexistentes»
Si contemplamos con cierta perspectiva la evolución de la Administración en España, observamos cómo el poder funcionarial –que deriva del conocimiento de lo tratado y del organismo que lo trata– fue sustituido por el poder político –reforma Suárez– y este trajo un sinnúmero de cargos antes inexistentes que han dado empleo a los miembros de éste o aquel partido político y sus respectivas disciplinas y obediencias. Por no hablar de la fórmula «libre designación» que impone al funcionario la ley del silencio en la réplica, no sea pierda el cargo por falta de confianza. O del desparpajo en querer aplicar modos de la empresa privada en la Administración Pública, que es como embridar a un elefante con hilo de coser y hacerle participar en una carrera de galgos.
«Preferiría no hacerlo», dice Bartleby. Variaciones sobre lo mismo: preferiría no hacer lo que usted me dice que haga. Preferiría obrar según el dictado de mi conciencia y no de mi nómina. Preferiría actuar más en función de lo que sé, que de lo que usted no sabe. Al fondo las voces de Melville, de Borges y del tiempo que no tenemos porque ya pasó.
