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Cada año, más de 700.000 personas mueren por suicidio en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud. Una cifra estremecedora que es solo la punta del iceberg: por cada muerte, se estima que al menos veinte personas lo han intentado. Este fenómeno no discrimina edad, género ni condición social, pero es particularmente saliente entre jóvenes de 15 a 29 años, donde ya representa la tercera causa de muerte, y en personas mayores de 65 años, que suponen el grupo de edad con mayor riesgo de suicidio.
A pesar de estos datos, el suicidio sigue siendo un tema tabú, rodeado de silencio, estigmas y prejuicios. Esta barrera cultural impide hablar del sufrimiento psicológico con libertad y frena el acceso a recursos que podrían marcar la diferencia. Como advierte María Elena Brenlla, directora del nuevo Máster en Prevención del Suicidio de CEF.- UDIMA, «La ciencia es nuestra mejor aliada para comprender, intervenir y diseñar estrategias eficaces que salven vidas: sin evidencia, no hay verdadera prevención».
Los factores que conducen al suicidio son múltiples y entrelazados. Condicionantes como la depresión, el aislamiento social, las experiencias traumáticas, el desempleo, la precariedad laboral, las enfermedades crónicas o los conflictos familiares suponen factores de riesgo que hay que tener en cuenta en la prevención.
Algunos colectivos requieren especial atención: adolescentes, personas mayores, miembros del colectivo LGTBIQ+, personas con discapacidad o aquellas en duelo tras una pérdida por suicidio. Cada uno de estos grupos presenta particularidades que demandan respuestas adaptadas, sensibles y eficaces.
Signos de alerta en la prevención
«El suicidio puede prevenirse, y para lograrlo es necesario que el personal investigador, profesionales, agentes sociales y la comunidad en su conjunto trabajen de forma coordinada. Sensibilizar desde el compromiso y prevenir con base en el conocimiento y la empatía debe ser un propósito colectivo que promueva el bienestar individual y social», afirma Brenlla.
Por ejemplo, verbalizaciones como: «me siento atrapado» o «ya no quiero seguir aquí» unido a cambios conductuales como el aislamiento, la pérdida de interés por actividades que antes disfrutaba, el descuido personal o, incluso, cambios en patrones de sueño o alimentación pueden suponer señales de alerta», sostiene Eva Izquierdo, decana de la Facultad de Psicología y Ciencias de la Salud en CEF.- UDIMA.
Existen otros indicios que nos deben poner en alerta, como la sensación constante de desesperanza o el abandono de las redes sociales, especialmente en jóvenes. “En momentos muy cercanos al intento, puede ser un factor determinante un cambio conductual muy llamativo, en las esferas que he comentado o cualquier otra. Ante estas señales, es crucial no juzgar, no minimizar, ni tratar de hablar de otra cosa, sino escuchar y ofrecer y buscar ayuda”, subraya también esta experta.
El estigma es uno de los mayores obstáculos en la prevención del suicidio. A nivel social, aún existe un gran tabú. “Muchas personas todavía sienten vergüenza o miedo a ser juzgadas por pedir ayuda, y esto está estrechamente relacionado con el estigma social, los estereotipos de género, y la falta de disponibilidad y acceso a los servicios de salud mental”, afirma Izquierdo.
Para intentar combatirlo “es esencial implementar políticas públicas que garanticen una vida digna e incrementen y mejoren el acceso a los servicios de salud mental. Es necesario asegurar que estos servicios sean accesibles, asequibles y estén disponibles para todas las personas que los necesiten, independientemente de su situación socioeconómica”, comenta Irene Caro Cañizares, coordinadora del Doctorado en Salud Mental y Prevención del Suicidio en la Era Digital de CEF.- UDIMA.
La ciencia como herramienta esencial
Izquierdo enfatiza que «las conductas suicidas no se reducen al intento o la muerte». La ideación suicida, la planificación o incluso un deseo persistente de desaparecer son señales claras de un profundo sufrimiento que no debe ser ignorado. Romper el silencio es, de hecho, una herramienta poderosa de prevención. Crear espacios donde se pueda hablar del dolor emocional sin juicio ni miedo es un primer paso imprescindible para salvar vidas.
La investigación es uno de los pilares más sólidos en la lucha contra el suicidio. Nos permite identificar patrones, comprender mejor las causas, evaluar la efectividad de las intervenciones y diseñar estrategias innovadoras basadas en la evidencia. Como señala la Dra. Brenlla: “Investigar es un acto ético. Significa no resignarse al sufrimiento evitable y trabajar por un futuro donde prevenir el suicidio sea una prioridad social real”. Solo mediante la investigación rigurosa podemos comprender los factores implicados, optimizar las intervenciones y avanzar hacia una prevención verdaderamente efectiva. La investigación es una responsabilidad colectiva y una herramienta imprescindible para construir políticas públicas eficaces en la prevención del suicidio.
Formación especializada: el primer máster oficial en España
Conscientes de la urgencia, el Grupo Educativo CEF.- UDIMA ha lanzado el primer Máster Universitario en Prevención del Suicidio en modalidad online. Su finalidad es formar profesionales con un enfoque integral que dominen la investigación y su aplicación a ámbitos clínicos, educativos y comunitarios, capaces de intervenir con rigor y sensibilidad desde la evidencia científica. Esta formación busca preparar profesionales para actuar con compromiso ético y social, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, especialmente el ODS 3, que promueve la salud y el bienestar, y el ODS 10, orientado a la reducción de las desigualdades.
«Solo desde la investigación rigurosa y sensible al sufrimiento humano podemos comprender las causas del suicidio, mejorar las intervenciones y avanzar hacia una prevención eficaz y centrada en las personas», señala Brenlla.
La creación de este máster responde a una necesidad urgente y a un compromiso profundo de la universidad con la salud mental y el bienestar de la sociedad. Como afirma Izquierdo-Sotorrío, «este máster forma parte de una respuesta necesaria y colectiva para abordar la salud mental con rigor científico y humanidad. Acompañar implica una presencia genuina, sin negar el dolor ni buscar soluciones en lugar de la persona afectada. Desde esta base, podemos crear planes integrales que generen transformaciones sociales reales y fortalezcan redes que promuevan una vida digna para todas las personas».