En esta ocasión el Aberri Eguna (el Día del Partido: durante la dictadura franquista, el partido -así, por antonomasia- era el Partido Comunista y en Euzkadi ha sido siempre el PNV, aunque puede que esa preeminencia esté ahora a punto de acabar) ha caído cerca de las elecciones autonómicas de abril, lo que le ha dado un toque especialmente electoral. Hemos oído en las distintas concentraciones masivas arengas bastante convencionales, como todos los años (dada la fecha en que se celebra, el Aberri Eguna debería siempre abrirse y cerrarse con un «Felices Pascuas» sin mayores florituras), aunque se han añadido algunos sesgos que pueden ser leídos de diversos modos.
Por ejemplo creo que fue el candidato del PNV, que de momento no muestra una personalidad arrolladora (las crónicas periodísticas del mítin daban cuenta de lo que dijeron Ortuzar y Urkullu, mientras que a él apenas le mencionaban de pasada), quien en un alarde de originalidad proclamó que en las próximas elecciones se dirime el futuro del País Vasco. Dejando aparte el sentido convencional y casi inevitable de tal proclama, uno podría retorcer un poco su significado. Yo diría -en parte por incordiar, pero no sólo- que en las elecciones de abril lo que está en juego es el pasado del País Vasco: en efecto, cuanto más espacio de poder abarquen los nacionalistas, menos lugar ocuparán en la crónica las víctimas reales de ETA (convertidos en daños colaterales de un conflicto en el que ambas partes fueron responsables de lo ocurrido, sin culpables) y más estruendosamente aparecerán los vascos a través de los siglos como víctimas imaginarias de los españoles. El terrorismo no fue el empeño de ETA, por medio de crímenes, extorsiones y amenazas, sino lo que padecieron los vascos en general por culpa del franquismo (igual que el resto de los españoles y menos que otras regiones) y aún antes, a lo largo de la historia, oprimidos por el imperialismo castellano. Si esto es lo que se explica en las aulas de nuestra región -y ¿qué otra cosa va a ser?- desde hace décadas, no es raro que entre los menores de cuarenta años no se encuentren disidentes del nacionalismo, ni del más moderado y antañón ni del más radical y modernizado.
Aún más sorprendente fue el deseo expresado por Andoni Ortúzar, presidente del PNV y digno sucesor en el trono aranista de Xabier Arzallus: según él, lo que quiere el País Vasco (que habla naturalmente por boca del PNV, de quién si no) es «ser una nación europea pujante y reconocida» y no sólo «un barrio desconocido de las afueras de no sé que sitio». Alguien podría decir que el País Vasco, tanto español como francés, ya son naciones europeas pujantes y reconocidas aunque no por separado sino formando parte de dos grandes países como España y Francia, a cuya construcción han contribuido decisivamente. Si no formasen parte de esos dos grandes Estados, pilares económicos y culturales de la unión continental, probablemente serían barrios menos conocidos del minimalismo europeo, como Luxemburgo, Andorra o -¿ por qué no decirlo?- la propia Suiza.
La descripción que hace Ortúzar del País Vasco es bastante ofensiva y hubiera sido considerada casi delito de odio en otros labios que no fueran los suyos. ¿De modo que un barrio desconocido de las afueras de no sé que sitio? Yo diría que ese sitio es bien conocido, aunque sólo fuera porque descubrió y civilizó todo un continente transoceánico, empresa titánica en la que tuvieron papel especialmente relevante muchos vascos, como navegantes, cartógrafos, gobernadores, sacerdotes, traductores y educadores de los indígenas. Ese «barrio» de un sitio de cuyo nombre no quiere acordarse Ortuzar es uno de los lugares en que mejor se vive de Europa, el continente más envidiado y deseado del mundo. Voltaire imaginó a los vascos como un pueblo pastoril que trisca por los Pirineos (las declaraciones de Otegi en La pelota vasca de Julio Medem contra los jóvenes que prefieren la tecnología a pasear por el monte parecen bastante retrovolterianas) pero hoy no parece que esa sea la opinión predominante. Los vascos están hoy en vanguardia de un país europeo que ha salido con bien de una longeva dictadura militar y su única rémora es arrastrar entre sus falsos ídolos embriones de otro militarismo dictatorial embadurnado con pinturas de guerra nacionalistas o, mejor, necionalistas.
«Los jóvenes vascos son jóvenes españoles como los demás: comprendo que eso moleste mucho a sus papás pero es simple y llanamente la verdad»
Los jóvenes vascos son jóvenes españoles como los demás: comprendo que eso moleste mucho a sus papás pero es simple y llanamente la verdad. Tienen las mismas preocupaciones, las mismas apetencias y los mismos egoísmos que los de cualquier otro rincón de la piel de toro. Por eso los políticos nacionalistas más despejados van arrumbando cada vez más los asuntos identitarios y dedican más tiempo a los problemas laborales y a las reivindicaciones sociales, que tantísimo se parecen a los del resto de la juventud española. Y que por supuesto sólo se resolverán -o al menos aliviarán- con España y no contra España.
Pero eso sí, los vasquitos y vasquitas tienen un rasgo español de casta: el de su entusiasmo por los privilegios, por «lo que importa es lo nuestro y lo de los demás ya veremos». De modo que de vez en cuando creen oportuno convertirse en vascos de manual, únicos y diferentes a todos en el panorama español. Eso a la hora de pedir lo que les corresponde, como una fiscalidad indecentemente única. ¡Ah, es lo que toca, que no se nos confunda con los demás! Aquí el barrio de no sé que sitio de Ortuzar se convierte en el barrio residencial más aristocrático y mimado. ¡Que menos! Claro que si una tromba marina causa un socavón en el Paseo Nuevo donostiarra o sucede cualquier otro accidente, de inmediato se exige al Estado central que repare los daños «porque nosotros también somos españoles». Ya volveremos a hacer de vascos exclusivos y excluyentes cuando nos venga bien: por ejemplo, en las próximas elecciones. En esos casos siempre se saca más siendo nacionalista, de modo que no hay que cortarse. Sigamos así, mientras dure…